domingo, 13 de septiembre de 2015

Machista


No estoy vestido de mujer ni estoy vestido de hombre, realmente, no sé cómo se viste una mujer o como se viste un hombre, alguna vez creí saberlo, alguna vez creí saber muchas cosas cuando niño, sin embargo,  en esos tiempos no tenía la más remota idea del abismo que existía lejos, en los cofines de la estructura mental que erigía mi torre, mi mente, mi falo. Más  allá de los límites del falo existía un abismo cultivado secretamente en sueños, sueños de niñez que despertaron mi curiosidad, recuerdo muy bien esos sueños que se repetían y parecían de otra vida en la que me veía como una niña, una niña aventurera escapando siempre de un peligro inminente y corriendo por laberintos compuestos de habitaciones conectadas a bosques, playas, desagües  y pedazos de distintas ciudades y casas, laberintos que siempre terminaban en caídas libres hacia un abismo negro, que una vez se detuvo y los sueños terminaron dejando en mi la marca de la incertidumbre y la búsqueda, así lo quise entender, así lo quise aceptar.


     Para buscar debía regresar al principio y después viajar al futuro, ponerme un cinturón de Faraday como si fuese el caderín de una belly dancer y comenzar a bailar para alcanzar el principio, la oscuridad, donde alguna vez fui centro de gravedad  limpio y comprimido, libre de programas y definiciones, la llama azul del ego. Debía detener la máquina, y en la quietud aceptar que simplemente no podía, ni puedo aún tener una idea consistente de que chucha es ser hombre o ser mujer, solo sé que vivo un sueño sórdido y experimento un viaje, travesía indecente donde he realizado estudios y lecturas hasta el acontecer, que es cuando escribo, y no ahora, que leo para ustedes, he llegado a la conclusión momentánea de que vivir duele. Para cualquier persona relativamente consciente vivir es en gran parte doloroso, no exagero, solo basta pegar una buena mirada. La vida duele y acaricia, no sé describirlo de mejor manera, solve et coagula siempre, y respirar, respirar hondo, respirar en la mugre, en las tripas y en el sistema nervioso, en las celditas sucias que me constituyen, ser hombre y mujer en la incertidumbre, antes de nacer, antes del cuerpo definido y ver nacer los universos gestados en mis entrañas y ser madre de ideas que puedan calmar el dolor de existir y poder sentir, algunas veces, una que otra caricia. Respirar con todos ustedes, respirar y obtener la concentración, más allá de este cuerpo, del tan preciado y manoseado cuerpo, más allá de la espada que disecciona mi cabeza, cuando todo se reduce a cero y  obtenemos la objetividad que necesito  para contar esta historia, que más que historia es manifiesto y tormenta solar, próxima y violenta sobre las definiciones y los focos de control que existen en la mente y el cuerpo, sentir los efectos que causan ustedes en mí, las energías que me recorren y los recorren a ustedes también. Estamos todos aquí en el juego del tiempo, envejeciendo y muriendo a cada instante,  cuando me miro los veo a ustedes, veo constructos, veo niveles de conciencia forzados, definiciones orgullosas, niveles de humanidad tan cochinos y gigantes que no se pueden medir, a diferencia de la distancia de los planetas o la densidad de un mineral, a diferencia de mi cuerpo y esta falda medida, designada para la mujer  y que para mí, en este momento, es de hombre. No me crean confundido o confundida,  en eso estoy, intentando saber quién soy  y mientras más me hundo en el cosmos menos definido me siento.

 Ya tengo vuestra atención, ahora es cuando bajamos a la realidad.

Mientras yo existo en un mundo lleno de preguntas que me conducen a otras preguntas  y al abandono sustancial de las definiciones estructurales, hablemos de normativas. Me parece estar contemplando  o ,mejor dicho, percibiendo mucha gente a mi alrededor  que se muestra sumamente definida, gente muy feliz de ocupar roles, roles que comienzan desde el  género hasta la orientación, gente que da la impresión de sentirse muy hombre o muy mujer, muy hetero, muy gay o muy lesbiana, muy queer o muy pan sexual, o metro sexual, o cualquier otra definición entre tanta weá sexual que inventamos.

 Gente muy segura de lo que es. Sí, gente segura de sí misma basándose en sus preferencias estéticas, gente que cree tener ideologías y representaciones para definir una posición frente a los otros seres, oh seres, el chocante contacto con otros seres, los seres te juzgan y tú juzgas a los seres, así es la relación, así de simple, así de subjetiva.  Y el sexo, uff, el sexo, ni hablar del sexo, creo que la mayoría de las personas independiente a su género y orientación no gozan ni experimentan realmente del sexo, lo digo por experiencia. He sido bien puto como para corroborar honradamente la teoría, y que puedo decir: los siento normados, atrapados, inseguros y temerosamente definidos, se lo pasan disfrutando del auto-limite, aprendiendo y aplicando fórmulas del buen vivir físico, mental y sexual, practicando el auto flagelo del alma y el cuerpo, tal como los canutos, obedientes a sus dioses, obedientes a sus ideologías, sus costumbres morales y, por supuesto, sus orientaciones. Para mí que nos damos mucha importancia, no somos más que unos vulgares machos y hembras de una especie escalofriante que se atribuye responsabilidades al peo, todos definidos, todos falsamente orgullosos, todos meados y deseosos de identificarnos con alguna weá.

Esto me arroja a un punto aún más delirante, más delicado y virtualmente ineludible:

Feminista, a ti te hablo, ¿sabes lo que veo en esos hombres “privilegiados” que tú dices?

Veo prisioneros, hombres tontos y bestiales, restringidos, esclavos del sexo frustrado y desgastados por mantener una posición machista que siempre es decepcionante para ellos mismos, misóginos, asesinos y violadores, monstruos deformes que probablemente nunca pudieron comunicarse con una persona, o tal vez sí, no lo sé. Las personas están locas, la furia emocional es un terreno vertiginoso del corazón y la mente, tal vez el agua más negra y más podrida que fecunda en nuestras vaginas castradas. Victimarios o no, todos los hombres somos forzados por la enseñanza patriarcal, invento o fenómeno que no nos privilegia, al contrario, es un arma de doble filo que nos cagó a todos transformando el falo suave y ardiente en una espada filosa y mellada por la inmunda exigencia del dominio, y a la vagina cálida y húmeda en un choro frío y feminista que no quiere recibir jamás un pene por asco a la dominación. Los universos no cuadran, nos separamos  y se corta la leche, se corta la exploración y se nos pudre todo, los hombres me dan pena, las mujeres me dan pena, yo me doy pena, mas no te confundas feminista, no estoy justificando nada, a estas alturas, ya no vale la pena justificar. Los hombres somos una mierda y probablemente lo seremos siempre, sin embargo, tengo la aguda sospecha de que las mujeres lo son también, y ahí es donde quiero llegar, esta monstruosidad en que vivimos  es un problema de especie, la especie es la charcha, la especie es la que está pitiá, vivimos en el patriarcado, sí, pero dejemos algo en claro:  les guste o no, este fenómeno es culpa de todos, todos y todas las que vivieron antes que nosotros, las que aguantaron, las que no aprendieron, los que oprimieron mentes, los que creyeron ser “privilegiados” y nunca lo fueron. Finalmente, todos murieron cagados de miedo y dejaron bien hecha la pega, cagaron de miedo y de rabia a la siguiente generación, y a la siguiente, hasta llegar y dejar bien cagados de miedo y de rabia a los weones y weonas que nos criaron.

Puede sonar ingenuo,  pero tal vez hay solución, o al menos un paño tibio para calmar el dolor. Ahora no son ellos, somos otros, todos y todas las que estamos aquí, justo aquí, en este encuentro espacio temporal entre mi lenguaje y sus oídos que son todos bellos e indefinibles. Me gusta llegar hasta aquí, este es el viaje en el tiempo del que hablé al comienzo, la danza del vientre hipnótica y el abismo de incertidumbre. No puedo negar que el universo se devora a sí mismo ni que los humanos somos horribles, solo me puedo hacer cargo de mi existencia y declarar que este no es un juicio de hombre, niñito, varón, patriarcal, o tal vez sí, mas quisiera creer que hablo como entidad, más allá del género, más allá de la historia que intentó asignarme un rol forzado, como a cualquier otro hombre de este mundo, el rol de ser bruto o intelectual maricón, el rol de ver a la mujer como algo incomprensible, deplorable o admirable, el rol de tener  fuerza de hombre. Este mundo de mierda nos asigna la obligación de ser machos, gay, queer o hetero, pero machos igual, las travas son las más bonitas, pero machos igual, machos y hasta patriarcales, solo por nacer con pene, machos por no sentir vergüenza de nuestros penes, machos por desear follar con mujeres, machos por no tener periodo lunar, sanguíneo, la madre tierra, la copita menstrual y tanta pomá eco-mística que me enferma y me da asco. Puras weás normadas, machistas, hembristas, finalmente, lamemos la verga de Michell Focault y nos sentimos cuerpas, no se ofendan, en mi boca todos pierden, siempre terminamos  chocando con nuestros muros mentales. Creo que las más arriesgadas y los más arriesgados exploradores del alma y el cuerpo  son los que más mierda se tragan de otros humanos, eso lo tengo claro. No mal interpreten, no pretendo dar sermones filosóficos, solo quiero proponer con seriedad que veamos más allá, más allá del límite y los símbolos que portamos entre las piernas, símbolos tan céntricos como dominantes, símbolos que en algún momento se volvieron directrices que cerraron nuestras puertas, cerraron la vagina universal que una vez nos invitaba a pasar y nos volvieron penes cobardes que ya no deseaban penetrar en el misterio. Todos aquí somos penes y vaginas, todos somos misterios,  somos una especie cruel y solitaria, todos somos extraños. Recuperemos en la experiencia nuestros sexos perdidos, como hermanas y hermanos, recuperemos el caduceo, la energía de miles de hombres y mujeres vibra en cada uno de nosotros. Seamos magia, eso quiero, verlos sin términos, verlas brillar en el tiempo.  Y después, si es que nos dejamos más tranquilos, seguir buscando en la inmensidad. Si el azar o destino me arrojaron en este cuerpo y pensar de la forma que acabo de expresar me hace machista, entonces lo soy, MACHISTA, y me defino frente a ustedes para ser juzgado.



Nunca olvido las palabras de Crowley, otro machista:

 “cada hombre y cada mujer es una estrella”