miércoles, 11 de marzo de 2015

Loba

Era loba en su máscara y tenía los ojos grandes, me preguntó si podía definir su olor, hay cosas indefinibles, contesté, hay cosas que solo se ensucian con las palabras. Me dijo que no era poeta, yo pensaba lo mismo. Me fui cabalgando, atravesé desiertos y jardines prefabricados hasta llegar a la torre, donde todos están solos, en su patio de grava busqué piedras, hijas estelares, procuré que fueran siete, geométricas, magnéticas, cargadas de mantras y maldiciones, esperé la noche y las arrojé al cielo negro con todas mis fuerzas, como devolviéndolas a su madre.

La noche se iluminó y las piedras nunca más volvieron, sin embargo descendió un aroma que me recordaba las manzanas cortadas en gajos y los pepinos con cáscara, el zapallo cuando está caliente y los sudores y los aceites, las piedras y los cuchillos, después era de sangre, de arterias, de neurotransmisores, eran las galaxias chocando por espacio en el espacio que era pequeño para albergar tanta vivencia, tanta herida y putrefacción, eras todos los fracasos, y también las glorias perfumadas de las flores que se transforman muchas veces, eran los universos y la saliva, las interminables salivas de miles de nosotros y de lobos, era el cuantum, la intuición.

Loba estaba frente a mí. 

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